*Por Marcelo Falak
Ya se sabe que Cristina Fernández de Kirchner está condenada en primera instancia por administración fraudulenta, que Mauricio Macri debería rendir cuentas en varios temas por los que nunca deberá decir ni mu, que la relación entre Patricia Bullrich y su mano derecha Gerardo Milman deja mucha tela para cortar, que Marcelo D’Alessandro sembró dudas enormes sobre la integridad del gobierno de Horacio Rodríguez Larreta, que la relación entre la política y el Poder Judicial da asco y que este solo investiga al peronismo. Con esas certezas terminó 2022.
Este domingo, cuando comienza un nuevo año, todas las preguntas convergen en el impacto que esas y otras cuestiones pueden tener en las urnas, en las cuales se definirá el futuro de quienes vivimos, trabajamos y soñamos en la Argentina. ¿Cuánto pesarán aquellas certezas? ¿Podría presumirse, en contrario, que no serán ellas las que le den forma a la borra del café y que “el primer metro cuadrado” de siempre, es decir las condiciones de vida materiales, será lo que defina el pleito?
Seguramente así será y, para el peronismo gobernante, eso es todavía peor que hablar de viejas corruptelas. Como se sabe, la actividad –incluso con números todavía positivos– se enfría poco a poco y la inflación agobia. Solo eso explica que las recetas de Juntos por el Cambio, eyectadas en su momento por la sociedad, tengan tantas chances de volver a aplicarse, esta vez a la velocidad de la luz.
¿Es realmente la inflación el problema mayor de la sociedad? Sí y no. El asunto figura al tope de las preocupaciones en cualquier encuesta, pero la gente contesta lo que se le pregunta. Sería interesante que esos relevamientos plantearan el interrogante simplemente en términos de si los ingresos alcanzan o no. La diferencia no es inocente: el primer modo de preguntar pone el foco en las políticas oficiales, el segundo en estas y, además, en la actitud de una parte del empresariado que se ha entregado en la pospandemia a un frenesí de recomposición de márgenes de ganancia. En eso radica la conocida fábula del crecimiento y los cuatro vivos…
Resulta evidente que las dos cosas –inflación e ingresos– están vinculadas estrechamente porque es el aumento de los precios, que por poco no llegó al 100% pronosticado en el año pasado, lo que erosiona los salarios. Sin embargo, el problema real es la falta de dinero.
El Círculo Rojo político, económico, mediático y social se entretiene con las chanchadas de sus principales protagonistas. Hace bien, ya que son temas importantes, incluso a nivel institucional, como se ha visto en las últimas semanas.
El detalle es que el país tiene ya a la vista el proceso electoral y que la realidad de las condiciones de vida golpea con furia.
Aristóteles y Perón, un solo corazón
Este es un drama existencial para el ADN peronista, al punto que una de las sentencias más recordadas del general –en rigor, un cover que le hizo a Aristóteles– indica que “la única verdad es la realidad”.
El INDEC acaba de señalar que el Índice de salarios creció en octubre 5,1% en relación con el mes precedente –en promedio, porque el cada vez más numeroso sector privado no registrado sufrió con un apenas un 3,1%–. Así, acumuló una suba del 69,5% en el año y del 80,7% en los 12 meses previos
¿”Creció”, se dijo? Solo en términos nominales, pero no en lo real, es decir cuando se toma en cuenta la inflación. Dado que se habla de octubre, conviene regresar al IPC de ese mes: 6,3%, 76,6% y 88%, respectivamente.
Alberto Fernández se toma de lo que puede y saca pecho con las estadísticas de generación de empleo. Podemos discutir frenéticamente sobre “modelos”, pero la verdad es que ciertas condiciones estructurales, subyacentes, dan lugar a procesos históricos de larga duración que explican, en el tema que tratamos, que los puestos de trabajo que se crean son cada vez de menor calidad y peor remunerados.
El macrismo se emocionaba hasta las lágrimas al ponderar el espíritu emprendedor de quienes perdían el empleo y se ponían un chulengo a las puertas de sus casas para vender ricas bondiolas –sin factura, claro–. Ya se sabe que no hay allí nada que festejar.
Lo anterior corre en paralelo con las cifras de pobreza del cierre de 2022 que, cuando se conozcan, probablemente incrementen en un par de puntos porcentuales el 36,5% del primer semestre. Para peor, los números espantosos de los ingresos populares no se limitan al período comprendido entre los octubres de 2021 y de 2022. La decadencia de los mismos data de unos cinco años, algo que habrá que tener en mente en la noche en que se cuenten los votos y, acaso, haya que dar cuenta de ciertos fenómenos políticos monstruosos que serían frutos de la desesperación.
De acuerdo con un trabajo del economista Nadin Argañaraz, director del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), “en los 58 meses que transcurrieron entre enero de 2018 y octubre de 2022, los trabajadores privados formales perdieron el equivalente a 7,9 sueldos, los públicos 9,8 sueldos y los informales 12,9 sueldos (más de un año de ingresos)”.
En porcentajes, calculados en base a salarios promedio, el informe de Argañaraz arroja, respectivamente, pérdidas del 18,9%, 21,9% y un pavoroso 37,9% en la Argentina más postergada, la que, se supone, es la base principal del peronismo.
Si de larga duración se habla, sería injusto pasar por alto que Fernández recibió una herencia muy mala –como le había pasado antes a Mauricio Macri– y que, sobre llovido, mojado, luego tuvo que lidiar con una pandemia. El confinamiento que nadie cuestionó hasta que efectivamente se hizo demasiado prolongado llevaba entonces incluso a los economistas ortodoxos a exigir que se gastara y emitiera todo lo necesario para evitar el colapso del tejido productivo y un cataclismo social. “Después vemos qué se hace con esos pesos que sobren”, era la definición.
Bueno, los pesos que sobraron terminaron en manos de los cuatro vivos y para el resto quedó la inflación de –casi– el 100%. Nadie recuerda ya haber recomendado gastar y emitir a destajo.
Aunque lo anterior es un descargo para el presidente de la mala estrella, no deja de ser frustrante para el peronismo que su paso por el poder deje semejante efecto sobre los ingresos populares. Quienes votaron en 2019 al Frente de Todos pensando en un futuro mejor saben hoy que habrán invertido cuatro años de su vida en la nada misma.
¿Podría tener redención el peronismo –justo el peronismo– en semejantes condiciones? Mientras que para Cristina es todo desencanto, el Presidente y, con mucha más cautela, Sergio Massa creen que sí. Si la inflación bajara hacia abril o mayo al “tres y pico” mensual que se fijó como objetivo el superministro y las paritarias que se cierren para entonces generaran el espejismo de una recomposición de los salarios, ¿quién sabe? Sin embargo, que eso pase no es para nada seguro, el camino económico hacia ese objetivo es empinado y el ruido de la política –el habitual en el país de la grieta y el esperable en el año electoral– no va a ayudar.
Se discuta lo que se discuta, al final será el salario. Querida dirigencia, no digas después que nadie te avisó.
(LetraP)