*Por Adrián D´Amore
¿Qué tiene para ofrecer el FdT en el país del litio, el monotributismo y el consenso del 70%? 40 años de democracia, 20 de kirchnerismo y olor a fin de ciclo.
“El Frente de Todos dejó de existir, al menos en los hechos y tal como se lo había conocido hasta ahora”. La frase aludía a las consecuencias de la votación del oficialismo en la Cámara de Diputados el 11 de marzo de 2022, cuando más de un tercio de su bancada se pronunció en contra o se abstuvo y abandonó a su suerte al Gobierno del que, se suponía, formaba parte a la hora de refinanciar la deuda que Mauricio Macri contrajo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Once meses después, apenas sostenida por la convivencia remunerada que habilita la gestión en el Ejecutivo, la alianza panperonista parece un zombie político que intenta manotear sin demasiada coordinación el salvavidas que la arrime a la orilla de las elecciones presidenciales de octubre. La puja de estos días versa sobre las condiciones para montar una mesa imposible en la que se discuta la cuadratura del círculo de su futuro electoral, cuando lo que está en juego es cuál es el proyecto político del peronismo para los próximos años y quién estará en condiciones de ejercer el liderazgo de ese proceso.
Por debajo de la hojarasca en la que se debate si la mesaza que arrancará este jueves se limitará a cuestiones electorales o incluirá decisiones que alcancen la gestión, la amenaza fantasma que sigue latente es la posibilidad de que el kirchnerismo tire del mantel y termine con la ficción de la unidad asistida que germinó con el video con el que Cristina Fernández de Kirchner ungió a Alberto Fernández el 18 de mayo de 2019.
Hasta hoy, la posibilidad de que la interna permanente de la coalición gobernante se transformara en una ruptura explícita siempre se frenó al borde del abismo. “Para un peronista, lo único peor que la traición es el llano”, se recordó en este medio hace dos años. Ese antídoto puede estar perdiendo su poder a cuatro meses y medio del cierre de listas y con un horizonte electoral que ofrece pocas garantías. El trencito de la unidad alguna vez fue de la alegría, pero hace rato que no se sabe a dónde va.
En esa deriva, la realidad mira de frente y trae referencias del pasado. Este fin de semana se cumplen 20 años del fallo judicial que habilitó al peronismo a librar la “interna abierta” en que se convirtieron las elecciones presidenciales de abril de 2003, en las que compitieron, en listas separadas, Carlos Menem, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá.
Aquella batalla entre el menemismo y el duhaldismo fue el revolcón final de un matrimonio turbulento que terminó con un hijo no deseado, el kirchnerismo. Establecer paralelismos con la actualidad es una tarea que excede estas líneas. El dato apunta a señalar un momento histórico de crisis que terminó abriendo una nueva etapa en el peronismo.
Hay quienes creen que ese ciclo está agotado y se está cerrando. Uno es el Presidente.
El consenso que viene
La fase de gobiernos “nacionales, populares y democráticos” que se inició en 2003 en la región fue, en el plano local, consecuencia del estallido de 2001 y de los resultados de la pelea de alta gama entre devaluadores y dolarizadores tras el agotamiento de la convertibilidad. Hasta ese momento, el consenso político y social forjado desde la recuperación de la democracia, en 1983, tenía a la defensa de las instituciones y el Nunca Más al horror de la dictadura como la Moncloa argentina para no volver al pasado. Ese acuerdo empezó a renguear cuando se mostró impotente para reducir la desigualdad y ponerles límites a los poderes fácticos. Cuando el modelo económico se volvió inviable y estalló por el aire entre el corralito y la miseria, hubo que barajar y dar de nuevo.
En 2003, esquivando el “Que se vayan todos”, Kirchner armó una nueva versión del peronismo. Salariazo, juicio a los genocidas y un escobazo a la mayoría automática de la Corte asomaron como los pilares para tratar de saldar las deudas de la democracia del Pacto de Olivos. Hasta Clarín acompañaba el nuevo consenso de superávit gemelos y derechos humanos lubricado con tasas chinas. Democracia con inclusión era la síntesis que parecía pintar el nuevo acuerdo argentino. Sin embargo, la impronta redistribucionista, aún sin ser revolucionaria ni 100% efectiva, puso de puntas al poder económico. La guerra gaucha de la Resolución 125 fue el punto de partida de la nueva grieta y, a la vez, partió al peronismo. Así, desde aquel 2008, en un fade lento pero constante, el consenso de la integración social fue virando hacia posturas más intolerantes con los sectores postergados, en especial si están organizados. En el camino, la idea del “curro de los derechos humanos” y el fallo supremo del 2×1 que pretendió beneficiar a los genocidas durante el gobierno de Macri empezaron a marcar un cambio de tendencia también respecto de aquella Moncloa democrática forjada a partir del ’83.
En 2023, el consenso que viene, tironeado por la ultraderecha que timonean Patricia Bullrich, Javier Milei y salieris de Carlos Ruckauf como José Luis Espert es un albur. Macri supone que hay plafón social para avanzar “en la misma dirección” de su gobierno, “pero lo más rápido posible”. Horacio Rodríguez Larreta predica un país del 70% para plasmar las reformas que cambien la historia con el apoyo del peronismo racional y sin lugar para el kirchnerismo y la izquierda, sectores a los que descalifica como interlocutores políticos. Una suerte de proscripción blue.
En ese escenario, ¿qué tiene para ofrecer el peronismo al país que viene? Por encima de las especulaciones sobre las chances presidenciales de Sergio Massa o de la viabilidad de un nuevo operativo clamor que arrase con el renunciamiento público de CFK y revive su candidatura, ¿a qué nuevo consenso propone llegar? ¿Con qué fierros cuenta para hacerlo? ¿Quiénes serían sus socios en el ámbito económico?
El camino está lleno de interrogantes. La fiebre del litio y la ventana que se abre para revertir la desfavorable ecuación energética vía Vaca Muerta y buscarle una vuelta a la restricción externa, ¿cómo se lleva con el ejército de monotributistas y de quienes pucherean en la informalidad bajo la línea de la pobreza? ¿El peronismo tiene pensada una reforma laboral progresiva diferente a la que rumia la oposición o seguirá preso del statu quo sindical? ¿Cómo se recuperan los salarios de la caída que arrastran desde hace más de un lustro? ¿Hay músculo y cintura para que paguen quienes más tienen?
“Podemos volver a ser esa Argentina que fuimos porque ya lo hicimos”, dijo Cristina en La Plata en noviembre, aunque sin explicar cómo y desafiando al almanaque, semanas antes de ser condenada en la causa Vialidad. “No me dejen soñando solo”, pidió el Presidente en Berazategui este viernes, casi profético, apóstol de una unidad imposible.
En la previa de la mesa oficialista que Fernández convocó forzado por la ofensiva K que lo quiere fuera de la cancha, sobran las incógnitas, pero el olor a cambio de época es cada vez más fuerte.
El reseteo del peronismo parece inevitable. ¿Será antes o después de las elecciones? El antecedente de 2003 habilita a imaginar todos los futuros.
(LetraP)