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A un año de las elecciones en Argentina, el gobierno le prende una vela a Messi

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*Por Hugo Alconada Mon

En los países que se rigen por un sistema presidencialista suele ser sencillo saber cuándo son las elecciones: la fecha siempre es la misma o se determina con muchos meses de anticipación. En Estados Unidos, incluso, los ciudadanos saben que votarán por presidente el martes posterior al primer lunes de noviembre. Pero en Argentina, las urnas dependen de la discrecionalidad y la inestabilidad política. Y eso es mucho decir en estos días, cuando la esperanza del gobierno de Alberto Fernández se centra en una pelota de fútbol.

Desde la teoría, falta un año para que los argentinos acudamos a las urnas para participar en las elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (llamadas PASO), que deberían ser el domingo 13 de agosto de 2023. Ahí definiríamos a nuestros candidatas y candidatos a la presidencia, que en octubre competirían en la primera vuelta. Pero Argentina y la teoría no se suelen llevar bien: el país está tan revuelto que no sabemos quiénes podrían probarse el traje de candidato; cuáles serían las coaliciones y partidos que competirían; si esa será, en efecto, la fecha para las primarias; y ni siquiera si el presidente Fernández terminará su mandato.

Resulta incómodo plantearlo, pero hasta figuras del oficialismo lo hacen. El último en verbalizarlo fue el gobernador de Tierra del Fuego, Gustavo Melella. “Si seguimos con este descalabro no llega nadie a 2023, ni oficialismo ni oposición”, dijo, para luego invitar al resto de la coalición gobernante a mirarse al espejo. “No tenemos que ser ciegos ni culpar a los demás; el Frente de Todos es responsable de algunas cuestiones que han pasado y han afectado a la economía”.

Las encuestas también son elocuentes. Algunas les preguntan a los argentinos si cree que el presidente no logrará llegar hasta diciembre de 2023 (42.4% lo cree “muy o bastante probable). Otras, como la de D’alessio Irol, reflejan que la gestión de Fernández registra su índice más alto de desaprobación desde que asumió, en diciembre de 2019, al punto que ocho de cada 10 argentinos lo evalúan de manera negativa. Esa visión crítica la comparten cuatro de cada diez de sus propios votantes. Y encima, las expectativas sobre el año próximo son igual de negativas.

El panorama actual tampoco ayuda al optimismo. El país se sacude al ritmo de una inflación galopante que cada mes se revisa al alza. Hasta unas semanas se estimaba que podría superar 75% anual, pero ahora se calcula que llegará a 90% anual, mientras que el Banco Central y el dólar se llevan fatal. Tanto, que es cosa de todos los días hablar de cuántas reservas quedan en esa entidad o sobre el dólar oficial, del dólar “blue” —el informal que se compra y vende en las calles—, del dólar “soja” —para los agricultores que exportan—, del dólar “turista” —para los visitantes extranjeros— y una larga lista de más variantes. ¿Por qué? Porque nadie quiere los pesos argentinos.

Sin embargo, la coalición gobernante se mueve entre una esperanza que los incomoda y una pelota de fútbol. Está ilusionada con que el nuevo ministro de Economía, Sergio Massa, pueda enderezar la gestión y evitar el naufragio del gobierno, aunque para lograrlo deba arriar algunas banderas históricas del kirchnerismo. Entre otras, impulsar una reducción del gasto público, endeudarse donde y como sea posible, negociar con el Fondo Monetario Internacional y, acaso, devaluar el peso.

En semejante contexto, el objetivo de muchos funcionarios y referentes del kirchnerismo es llegar al 17 de noviembre, cuando comenzará el Mundial de Fútbol en Qatar. Con Lionel Messi en la cancha, se ilusionan con que los argentinos se olvidarán por unas semanas de sus desgracias. Lo suficiente, al menos, como para quedar a un tris de las fiestas de Navidad y de Año Nuevo, e iniciar las vacaciones veraniegas de enero. ¿Y luego? Pues luego se verá.

Todo esto explica por qué una pregunta que resultaría menor o anecdótica en otros países que se rigen por el sistema presidencialista, como cuándo se elige al nuevo jefe de Estado, resulta un misterio en Argentina, donde algunos políticos se preguntan si es posible adelantar las elecciones, otros lo dan por seguro, unos más aclaran que ellos no lo han solicitado y casi todas las provincias prevén adelantar sus elecciones para despegarse de las presidenciales y del gobierno nacional.

Que Argentina no pueda responder con certeza cuál es su cronograma electoral dice mucho sobre su descalabro institucional, que a su vez se retroalimenta con su desbarajuste económico, político y social. Resulta otra muestra sencilla, pero contundente, de la distancia que separa a nuestro país de otros donde “largo plazo” implica pensar y planificar a 20 o 30 años. Aquí para el presidente —y por extensión, para todos los argentinos— largo plazo es llegar a diciembre de 2023.

(WashingtonPost)

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Bahia Blanca y las alertas: ¿Le damos bola?

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Hay un antes y un después del 16 de diciembre de 2023. El temporal que azotó la ciudad y dejó el saldo luctoso de 13 personas marcó a cada uno de los bahienses.

Es importante destacar que las alertas se emiten para permitir a los vecinos tomar cuidados que nos permitan un resguardo de los acontecimientos climáticos.

Es que cada vez que sopla viento fuerte y en la ciudad es bastante normal, ahora nos tomamos la cabeza con suma precaución ¿Pero antes?

Según informes meteorológicos Bahía Blanca tuvo 15 alertas amarillas y dos alertas naranjas en 2023. Una de estas, la última fue la catástrofe.

Según el informe de PYP solo 2 personas de cada 10 toman recaudos en el pais con las alertas amarillas y los medios tienen mucho que ver.

“Es que muchas veces dicen que pasa y no pasa nada” fue una de las frases más escuchadas post temporal y de varios que tenían fiesta de egresados o encuentros que justificaron con esta frase para “No faltar”.

Los medios de información debemos de sostener que “cuando exista alerta la población deberá de resguardarse” y entender que 13 familias no volverán nunca más a ser las mismas.

 

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¿Y los concejales? Bien, gracias

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No caben dudas que Bahía Blanca está viviendo un fin de año sumamente difícil, producto del trágico temporal que azotó a la ciudad días atrás.

Luego de lo acontecido, la Municipalidad e importantísimas entidades locales como la Unión Industrial, la Corporación del Comercio y grandes empresas multinacionales, entre otras, encabezaron, como bien definió el intendente Federico Susbielles durante estos días, la reconstrucción de la ciudad.

Sin embargo, parece que ciertos actores no han tenido mucho protagonismo a lo largo de estas semanas. Ante esto, uno se puede preguntar. ¿Y los concejales? Bien, gracias. Porque, a excepción del oficialismo, los ediles de la oposición brillaron por su ausencia.

Si bien durante la última sesión extraordinaria, aprobaron en el recinto la declaración de emergencia climática, económica, social y sanitaria en la ciudad o la creación en el ámbito del HCD de la Comisión de colaboración y seguimiento de la situación de emergencia en el Partida de Bahía Blanca, los hechos ocurridos hubiesen requerido un mayor compromiso y más aun siendo los representantes de los vecinos de la ciudad.

Pero claro, son “carguitos momentáneos” de cuatro años y el oneroso salario está garantizado.

 

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El gran desafío de Milei: unir un país atravesado por el odio

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Pasaron las elecciones y ganó lo que eligió la mayoría. El nuevo presidente del País es Javier Milei. Lo que se quería proteger se vivió en su máxima expresión: Esto es democracia. No hubo siquiera el olor a fraude tan anunciado como la Muerte de Santiago Nassar.

Pero al margen de liderar un estado, el Presidente Milei tiene que liderar una nación que está quebrada.

No voy a ganar caracteres en explicar la diferencia entre Estado y Nación porque creo, a estas alturas, que todos entendemos que si el Estado Argentino está quebrado, la Nación está partida en dos fragmentos de igual tamaño.

Esos dos fragmentos no son el odio y el amor, no son los que tenemos razón y los que están delirando ni mucho menos los que se equivocaron votando antes o después.

El post elección en las redes se llenó de “ahora no se quejen”, “Ahora se van”, “Cuando esto explote”, “Que terminen todos en cana” o el peor de todos “si votaste a tal, no me hablés más”. La intolerancia en su máxima expresión.

La grieta de la que se habló durante muchos años está más vigente que nunca y el gran desafió del presidente es tratar de abrazar a quienes no lo votaron, conquistarlos, seducirlos, ser su presidente tanto como de quienes le confiaron el sufragio.

Hubo un enorme porcentaje de personas que votaron “en contra” de la educación arancelada, la salud paga y otros puntos de la Plataforma ganadora.
Pero fue mayor el porcentaje que eligió a una persona que significa en sus mentes un “basta” a los bolsos de Lopez, a los botes de Insaurralde, las fiestas de Olivos o los vacunatorios VIPS.

La tarea es buscar QUE nos une a todos los Argentinos. Buscar en QUE nos parecemos, CUÁLES son los valores que mejor nos representan y CÓMO lograr que quiénes hoy no se animan a expresarte para no romper relaciones lo puedan hacer.

Quizá sea muy ingenuo de mi parte, pero creo que el problema de los Argentinos es tanto social cómo lo económico.

Nadie duda del 50 porciento de compatriotas bajo la linea de la pobreza, que a muchos les cuesta llegar a fin de mes y que durante muchos años hay personajes que, independientemente de sus colores, se llevaron más de lo honoroso a sus bolsillos.

Pero no poder hablar, no poder tolerar al que piensa distinto. Contar hasta 10 en una reunión de amigos nos oprime también.

El gran desafió del presidente Milei no es rescatar el Estado Argentino. Es rescatar la Nación Argentina. Seré el primero en empujar, el primero en criticar y el primero en agradecer si logra hacerlo.

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